En una oda a la desfachatez, allá por noviembre de 1998, el entonces inquilino de Los Pinos, Ernesto Zedillo, exaltaba las «bondades» -decía- de la «reforma» al sistema de pensiones, que no fue otra cosa que el armado de otro jugoso negocio para los amigos del régimen, con los banqueros a la cabeza.
En aquel entonces el susodicho aseguraba que tal «reforma empieza a cumplir ya el más importante de sus objetivos, que es el de dignificar las pensiones. De este modo, los trabajadores han recibido una rentabilidad que antes estaba reservada para los grandes capitales. En contraste con los que ofrecen otros mecanismos de ahorro popular, es notable, (pues) garantizan pensiones más elevadas y se beneficia proporcionalmente más a quienes ganan menos»
El ex inquilino habló así durante la primera convención anual de la Asociación Mexicana de Administradoras de Fondos para el Retiro, que se llevó a cabo apenas año y cuatro meses después del banderazo inicial del negocio privado. Y en ese foro Zedillo presumió que «con el nuevo sistema se han eliminado de manera definitiva las inequidades que generaba el sistema anterior; gracias a la reforma hoy tenemos un sistema de pensiones que responde a la actual estructura demográfica del país y que garantiza plenamente los recursos de los trabajadores; es decir, les da certidumbre de que contarán con pensiones dignas al momento de su retiro; reconozco el claro compromiso social con que han venido desempeñandose las Afores». Y se quedó tan fresco.
El nuevo sistema pensionario arrancó el primero de julio de 1997 con 29 Afores, casi todas asociadas a la banca privatizada y extranjerizada, mientras el gobierno prometía que la competencia entre ellas reduciría rápidamente las elevadas comisiones que desde entonces cobran a los ahorradores.
Casi dos décadas después el universo de este tipo de negocios privados se redujo a 11 ( una tercera parte de las originales), y si bien las comisiones se han reducido en forma paulatina (aunque permanecen altas, en el comparativo internacional y en medio de ausencia absoluta de competencia) si el acreditado obtiene o no dividendos a los dueños del negocio les importa un soberano cacahuate, porque puntualmente cobran sus tajadas, y si hay pérdidas, pues que las cargue el ahorrador.
Es más que notorio que la realidad ha rebasado, y por muchísimo, el discurso oficial, sea éste el del propio Zedillo en aquellos ayeres o el de sus sucesores en los Pinos, que al final de cuentas es lo mismo.
Y lo anterior se patentiza en el hecho de que a estas alturas seis de cada diez mexicanos han quedado fuera del derecho a recibir una pensión (y contando), y los cuatro restantes están condenados a obtener montos miserables.
Sirva lo anterior para dar contexto a lo siguiente. A la redacción de México SA llegó la petición de una ahorradora (la Afore Inbursa, de Carlos Slim, le «administra» sus escasos dineros para «el futuro») de denunciar que en no pocas ocasiones el cobro de comisiones supera, por mucho, al supuesto beneficio que le genera su cuenta.
Como el caso de esta señora hay millones en México, con montos raquíticos producto de su ahorro de muchos años, pero con salarios de hambre, de tal suerte que «de manera natural» la cuenta no deja de menguar, cuando se supone no debe dejar de crecer. La denunciante se encuentra en el grupo de 37 a 45 años de edad y está en el desempleo.
De acuerdo con su más reciente estado de cuenta-enviado a México SA- en el último cuatrimestre de 2015 el saldo de su cuenta ascendió a 45 mil 300 pesos. Un año atrás dicho saldo sumo 44 mil 100 pesos, de tal suerte que en el periodo la «ganancia» nominal- por llamarle así- fue de mil 200 pesos, o si se prefiere 2.72 por ciento.
En este periodo la inflación oficial (Inegi) fue de 2.13 por ciento, de tal suerte que la «ganancia» real a duras penas fue de 0.59 por ciento (alrededor de 260 pesos), una proporción verdaderamente miserable incluso antes de que la Afore Inbursa metiera la mano para cobrar sus comisiones. Desde luego que el impacto inflacionario no lo comparte la Afore con el ahorrador, sino que es éste último el que carga con todo. He allí una muestra de la validez del discurso Zedillista («el nuevo sistema da certidumbre de que (los trabajadores) contarán con pensiones dignas al momento de su retiro») y de sus sucesores. Un salto, sin duda, pero todavía hay que descontar «el claro compromiso social con que han venido desempeñándose las Afores» (Zedillo dixit). En el periodo citado (último cuatrimestre de 2014 a igual lapso de 2015) la citada empresa de Slim se embolsó comisiones por cerca de 383 pesos,de tal suerte que la supuesta ganancia real de la ahorradora (260) pesos se la engulló la «administradora» Inbursa (y las diez restantes hacen lo mismo) y todavía le quitó 123 pesos adicionales. Y el resto lo hizo la inflación.
En el historial de la citada ahorradora hay casos verdaderamente espeluznantes. Por ejemplo, en el último cuatrimestre de 2015 los «rendimientos» de su cuenta en Inbursa sumaron 42 pesos, pero llegó la Afore y le cobró 94 pesos de comisión, de tal suerte que, lejos de aumentar, su saldo descendió en comparación con el cuatrimestre previo.
En la mayoría de los casos «los grandes rendimientos»-por llamarles así- no provienen del ahorro para el retiro, sino de la subcuenta de vivienda, pero es en el primero de los rubros citados donde la Afore clava el colmillo (léase la comisión) al cuentahabiente, de tal suerte que éste ve mermado de su de por sí escaso patrimonio, es decir, lo contrario de lo que sucede con la empresa privada que le «administra» su dinero.
Entonces, millones de mexicanos están en la situación de la ahorradora que denuncia la voracidad de las empresas privadas a las que Zedillo y sus amigos les armaron el negocio de «administrar» recursos ajenos, en el entendido de que lo que no se engulle la inflación se lo come la Afore, vía comisiones, mientras el cuentahabiente carga con las pérdidas, o las «minusvalías», como gustan los tecnócratas en llamar a los quebrantos de los mexicanos de a pie.
Lo mejor del caso es que, para justificar el citado negocio, la oferta oficial es que se trata de «dignificar las pensiones». ¡Uf! Imaginen lo que pasaría si la intención fuera la contraria.
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